El capítulo 1 nos presenta la realeza de Judá, anteriormente establecida por Dios sobre su pueblo en la persona de David, cayendo bajo el poder de Nabucodonosor; y el rey, el ungido de Jehová, entregado por Jehová en manos de la cabeza de los gentiles, sobre los cuales Dios ahora daba dominio. Lo anunciado por Isaías (Daniel 39:7) cae sobre los hijos de la simiente real; pero Dios los guarda y los pone en el favor de los que los guardan.

Este fue especialmente el caso con respecto a Daniel; Las dos características del remanente fiel en cautiverio están destacadas en este capítulo: primero, fieles a la voluntad de Dios, aunque lejos de su templo, no se contaminan entre los gentiles; en segundo lugar, siendo concedida su oración, se les da entendimiento, como vemos en el capítulo 2 en el caso de Daniel, incluso el conocimiento de lo que solo Dios puede revelar, así como Su propósito en esa revelación.

Sólo ellos poseen este entendimiento, señal del favor divino y fruto de su fidelidad por la gracia. Este es el caso de Daniel en particular, cuya fe y sincera fidelidad marcan el camino de la fe para sus compañeros. Esto no interfirió con su sujeción a los gentiles, cuyo poder era la ordenanza de Dios por el momento. Pero este es un elemento importantísimo: el lugar del verdadero conocimiento, de la inteligencia de la mente divina, lo que se llama el secreto del Señor, en los días de la corrupción y el poder babilónicos, es el completo mantenimiento de uno mismo sin mancha por el más pequeño contacto con lo que da, con la carne con que nos alimentaría.

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad