9. Y el Señor Dios llamó a Adán. Ya habían sido heridos por la voz de Dios, pero yacían confundidos bajo los árboles, hasta que otra voz penetró más efectivamente en sus mentes. Moisés dice que Adán fue llamado por el Señor. ¿No había sido llamado antes? Sin embargo, lo primero fue un sonido confuso, que no tenía suficiente fuerza para presionar en la conciencia. Por lo tanto, Dios se acerca ahora más y, desde el espeso matorral de árboles (185), lo saca, aunque renuente y resistente, al centro. De la misma manera, nosotros también nos alarmamos ante la voz de Dios, tan pronto como su ley resuena en nuestros oídos; pero al instante nos aferramos a sombras, hasta que Él, llamándonos con más vehemencia, nos obliga a comparecer, acusados ante su tribunal. Pablo llama a esto la vida de la Ley (186), cuando nos mata al acusarnos de nuestros pecados. Porque mientras nos complacemos en nosotros mismos y estamos inflados con la falsa noción de que estamos vivos, la ley está muerta para nosotros, porque embotamos su punta con nuestra dureza; pero cuando nos hiere más profundamente, somos impulsados a nuevos terrores.

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