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22. Yo también lo haría. Con esto podemos deducir que Agripa deseaba tanto escuchar a Pablo, que se avergonzaba de hacer conocer su deseo, para que Festo no pensara que había venido para otro fin que no fuera para saludarlo. Y puede ser que no solo la curiosidad lo moviera a estar ansioso por escuchar a Paul, sino porque esperaba beneficiarse al escucharlo. No obstante, podemos deducir fácilmente por esto cuán frío era su deseo, porque sufrió muchos días antes de mostrar cualquier signo de su deseo, porque estaba más enamorado de los productos terrenales, lo que contaba mejor. Tampoco duró nada; tampoco pasó por pronunciar ningún discurso hasta el momento en que Festo lo hizo por su propia voluntad. Para que el santo ministro de Cristo aparezca como en un escenario, para que un hombre profano pueda animar a su invitado, salvo que Festo sea atrapado con el consejo de Agripa y su compañía, para que pueda dejar que César entienda cuán diligente es es. Pero el asunto fue cambiado a otro fin por la providencia secreta de Dios. Tampoco debemos dudar, pero ese informe fue al extranjero, ya que contribuyó mucho a la confirmación de los piadosos; y puede ser también que algunos de los oyentes fueron tocados, y concibieron semilla de fe, que luego produjo fruto a su debido tiempo. Pero admitan que ninguno de ellos abrazó a Cristo sinceramente y desde su corazón, esto no fue un pequeño beneficio, que los no hábiles fueron apaciguados después de que se descubrió la malicia de los enemigos, que no se inflamarían con tanto odio contra el evangelio. La impiedad se avergonzó, y los fieles reunieron nuevas fuerzas, de modo que fueron confirmados cada vez más en el evangelio. -

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