versión 26 . “ Jesús le dice: Yo, el que habla contigo, soy él.

Jesús, no teniendo que temer, como acabamos de ver, que suscitaría en esta mujer todo un mundo de ilusiones peligrosas, como las que, entre los judíos, se relacionaban con el nombre del Mesías, se revela plenamente a ella. Por lo tanto, esta conducta no está, como afirma de Wette , en contradicción con palabras como Mateo 8:4 ; Mateo 16:20 , etc. La diferencia en la tierra explica la diferencia en la semilla que la mano de Jesús deposita en ella.

¿Cómo describir el asombro que tal declaración debió producir en esta mujer? Se expresa, mejor que con palabras, en su silencio y en su conducta ( Juan 4:28 ). Había llegado, unos minutos antes, descuidada y entregada a pensamientos terrenales; y he aquí, en unos pocos momentos, ella es traída a una nueva fe, e incluso transformada en una ferviente misionera de esa fe.

¿Cómo levantó y elevó el Señor esta alma? Al hablar con Nicodemo, partía de la idea que llenaba el corazón de todo fariseo, la del reino de Dios, y extraía de ella las más rigurosas consecuencias morales; porque sabía que se dirigía a un hombre acostumbrado a la disciplina de la ley. Luego, le reveló las verdades del reino divino, conectándolas con un llamativo tipo del Antiguo Testamento y poniéndolas en contraste con las características correspondientes del programa farisaico.

Aquí, por el contrario, conversando con una mujer desprovista de toda preparación bíblica, Él toma su punto de partida de las cosas más comunes, el agua de este pozo. Entonces, por una atrevida antítesis, Él despierta en su mente el pensamiento, en su corazón la necesidad de un don sobrenatural que pueda saciar para siempre la sed del corazón. La aspiración a la salvación, una vez despertada, se convierte en ella en una profecía interior a la que Él une sus nuevas revelaciones.

Por la enseñanza con referencia al verdadero culto, Él responde a las preocupaciones religiosas de esta mujer, tan directamente como por la revelación de las cosas celestiales había respondido a los pensamientos más íntimos de Nicodemo. Con este último se revela como el Hijo unigénito, evitando todavía el título de Cristo. Con el samaritano Él usa audazmente este último término; pero sin soñar con iniciar en los misterios de la Encarnación y de la Redención a esta alma que aún está en los primeros rudimentos de la vida moral.

Se han observado ciertas analogías en el curso exterior de estas dos conversaciones, y de ellas se ha extraído un argumento contra la verdad de las dos historias. Pero esta semejanza resulta naturalmente de lo que hay de análogo en los dos encuentros: por ambos lados, un alma totalmente terrenal encontrándose en contacto con un pensamiento celestial, y éste tratando de elevar al otro a su propio nivel. Esta similitud de las situaciones explica suficientemente las correspondencias de las dos conversaciones, cuya diversidad es, además, tan notable como la semejanza.

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