Pero Pablo tenía a su lado en este mismo tiempo a un colaborador de diferente clase, a quien también debía darle un lugar. Este era el amigo que le había prestado la ayuda de su pluma en su larga obra, el Tertius de este verso. Sólo, ¿podría dictarle su propio saludo como había dictado el anterior? No, eso hubiera sido tratarlo como una simple máquina. El apóstol tenía un sentido del decoro demasiado exquisito para seguir tal proceder.

Deja de dictar y deja que el mismo Tertius salude en su propio nombre: "Yo Tertius". Este detalle, en apariencia insignificante, no deja de tener su valor. Nos deja ver lo que San Pablo fue mejor que muchas acciones más graves. Aquí tenemos lo que podría llamarse la cortesía del corazón. ¿Habría pensado en esto un falsificador?

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad

Antiguo Testamento

Nuevo Testamento