Toda carne no es la misma carne. Continúa probando lo que ha dicho, a saber, que Dios da a cada semilla su propio cuerpo como Él ha querido y determinado. Lo demuestra por analogía. "Dios", dice, "da al hombre una carne propia, otra a las bestias, otra a los peces, otra a las aves. Da un cuerpo a los cielos ya las estrellas, y otro cuerpo a las cosas de la tierra". Así también a los bienaventurados en la resurrección, que será una especie de regeneración y de nueva creación, Dios les dará su propio cuerpo, tal como a Él le parece bien dar, y como conviene a los hombres beatificados y glorificados.

Dará a cada uno como mereció; porque hay una semejanza y proporción entre la naturaleza y el mérito. Tal naturaleza exige tal cuerpo; por tanto, tal grado de mérito exige un cuerpo correspondientemente glorificado: cuanto menor es el mérito, menos glorificado es el cuerpo que se recibe; cuanto mayor el mérito, mayor la gloria del cuerpo.

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