Cuando el rey escuchó las palabras de la mujer, se rasgó la ropa, en parte por el dolor por un hecho tan horrible, y en parte por la indignación contra el profeta. Y la gente miraba en gran número sobre el muro, principalmente para la defensa de la ciudad. Y he aquí, tenía cilicio sobre su carne debajo de sus vestiduras interiores, en señal de su dolor por las miserias de su pueblo, y lamentando que no estaba en su poder ayudarlos.

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