¿A quién, pues, compararéis a Dios? Ésta es una inferencia adecuada del discurso anterior de la grandeza infinita de Dios; de donde toma la ocasión para mostrar tanto la insensatez de aquellos que hacen representaciones mezquinas y visibles de Dios, como la total incapacidad de los hombres o ídolos para oponerse a Dios. Y este discurso, acerca de la locura de los idólatras, perseguido tanto aquí como en el capítulo siguiente, fue diseñado por Dios como un antídoto necesario, mediante el cual los judíos podrían ser preservados del contagio de la idolatría, al cual Dios vio que ahora tenían fuertes inclinaciones, y tendría muchas y grandes tentaciones mientras estuvieran en cautiverio.

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