Todos los caminos del hombre son limpios a sus propios ojos. Los hombres pueden adularse fácilmente y engañarse a sí mismos con una buena opinión de sí mismos y de sus propias acciones, aunque sean pecaminosos; pero el Señor pesa los espíritus que Él conoce exactamente, como los hombres hacen las cosas que pesan y examinan, los corazones de los hombres, de donde proceden tanto sus acciones como la calidad de ellas, en gran medida.

Sus fines e intenciones, sus disposiciones y afectos, que están ocultos, no sólo de los demás, sino muchas veces en gran medida de ellos mismos, le son plenamente manifiestos. Así, aquí da a entender la razón por la que los hombres se engañan a sí mismos al juzgar su estado y sus acciones; no escudriñan su propio corazón.

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