Condujiste a tu pueblo primero por el mar, y después por el vasto y rugiente desierto hasta Canaán; como un rebaño con singular cuidado y ternura, como un pastor con sus ovejas. El Salmo concluye abruptamente y no aplica esos ejemplos antiguos del poder de Dios a las angustias actuales, ya sean personales o nacionales, como cabría esperar. Porque tan pronto como el buen hombre comenzó a meditar en estas cosas, descubrió que había ganado su punto. Su sola entrada en este asunto le dio luz y alegría; sus miedos se desvanecieron repentina y extrañamente, por lo que no necesitaba ir más lejos; se fue y comió, y su semblante ya no estaba triste.

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