El que habla de sí mismo: si una persona enseña lo que contribuye al avance de su propio interés mundano, o para la satisfacción de su orgullo, o cualquier otra pasión maligna, los hacedores de la voluntad de Dios sabrán inmediatamente que tal maestro es un impostor; mientras que, si un profeta propone doctrinas que tienden, por la gracia divina, a reformar y regenerar a la humanidad, y a promover la gloria de Dios, sin tener en cuenta las opiniones del mundo o su propio interés, ciertamente debe ser enviado de Dios, y de ninguna manera debe ser sospechoso de impostura; pues así la palabra αδικια, en oposición a αληθης, cierto, ciertamente significa.

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