¡Qué hermosa y atractiva representación se hace aquí de nuevo de Daniel! Aquello que hubiera intimidado la confianza de cualquier hombre, se convirtió en el medio mismo de darle a Daniel audacia; y lo que hubiera apartado al corazón más valiente de un trono de gracia, fue la ocasión para llevar a Daniel allí. ¡Lector! Te ruego que observes la conducta de este siervo del Señor. No fue al rey, para rogarle que revocara la sentencia, o para rezar para que pudiera ser excusado por la desobediencia; pero llevó su solicitud a la corte del cielo, y allí presentó todas sus peticiones.

Aquí no hay ocultación, ni evasión, ni sofocación, ni ocultación de su religión, para cumplir con los tiempos: sino con sus ventanas abiertas de par en par hacia Jerusalén, la ciudad santa, con la mirada puesta en el templo, el conocido tipo de Cristo, como si busca su venida; tres veces al día, según su costumbre, presentaba sus súplicas ante el trono. ¡Lector! haga una pausa y pregunte a su propio corazón si hay alguna correspondencia entre su devoción y la de Daniel. ¿Puede el armario atestiguar por ti que estás allí con frecuencia? ¿Y tu persona es bien conocida y familiar para el rey y los habitantes glorificados de Jerusalén? ¡Precioso Jesús! ¿Qué habría sido de mí en mil casos pasados, y qué debería hacer ahora, si tuviera prohibido llamarte y presentarte todas mis necesidades? ¡Oh! por tres veces tres; sí,

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