REFLEXIONES

¡LECTOR! Detengámonos, como ha hecho el Profeta mismo, para cerrar este Capítulo. Aquí termina sus juicios sobre las varias naciones alrededor, y en el próximo Capítulo, lo encontramos volviendo a la instrucción de Israel. Antes de seguirlo a ese servicio, miremos hacia atrás y, en un breve punto de vista recopilado, reflexionemos sobre esos solemnes juicios del Señor determinados sobre los paganos.

El pecado entró en el mundo y la muerte por el pecado. Esta es la declaración inalterable de las escrituras. De modo que siempre que se encuentra pecado, debe seguir la muerte: muerte temporal, muerte espiritual, muerte eterna, muerte, (dice la misma autoridad) pasa a todos los hombres, porque todos han pecado. Por lo tanto, dondequiera que se encuentre el pecado, a menos que sea eliminado en Cristo, debe haber indignación e ira, tribulación y angustia, sobre toda alma de hombre que hace el mal, del judío primeramente, y también del gentil.

Haga una pausa sobre el tema; y con estas solemnes escrituras a la vista, lea todo lo que el Profeta ha dicho en este y en los muchos capítulos anteriores, acerca de la condenación de los impíos. Lector, que Dios el Espíritu Santo acompañe con su enseñanza todopoderosa, tanto tu lectura como la mía, de estos solemnes eventos. Y de la correspondencia uniforme de las Escrituras sobre esas cosas trascendentales, ambos pueden aprender terriblemente a reverenciar los asombrosos decretos de Dios.

Aquí encontramos al Señor hablando en el mismo idioma, o similar, por su siervo el profeta Ezequiel, como en otra escritura lo hace por su siervo el apóstol Juan. Aquí el Señor declara que cubrirá los cielos y oscurecerá sus estrellas; que mucha gente se asombrará, y sus reyes se asustarán terriblemente. Y allí dice Jehová, que el sol se volverá negro como cilicio, la luna como sangre, y las estrellas del cielo caerán sobre la tierra.

Y los reyes de la tierra, y los grandes y los ricos; y todo siervo y todo libre llamará a los montes ya las peñas para que caigan sobre ellos, y los esconda de la faz del que está sentado en el trono, y de la ira del Cordero. ¡Precioso, precioso Señor Jesús! Concédele al que lee y al que escribe la gracia de conocerte en tu amor y en tu gran salvación, para que cuando el Señor se levante para sacudir terriblemente la tierra, seamos hallados eternamente seguros en ti, como el Señor. ¡Nuestra Justicia! Amén.

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