Y a la noche siguiente, el Señor se puso a su lado y le dijo: Ten ánimo, Pablo; porque como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma.

Haga una pausa en este versículo por su dulzura. ¡Cuán misericordioso fue en el Señor Jesús, favorecer así a su siervo con otra visión, como lo había hecho antes! (ver Hechos 18:9 y Comentario.) Y cuán bendito en el Señor, al mostrarle que todas las maquinaciones de sus enemigos para su destrucción en Jerusalén, no afectarían su vida; que el Señor aún tenía asuntos que cumplir en Roma.

Y esto fue especialmente consolador para el Apóstol, porque aunque Agabo por el Espíritu había profetizado que estaría atado en Jerusalén, sin embargo, ahora del mismo Señor se le enseñó que en este momento no moriría allí. ¡Precioso Señor Jesús! ¿Quién contará, sí, qué imaginación de hombres o ángeles, puede concebir plenamente el amor ilimitado de tu corazón? Y, ¡oh! Cuán dulce es para mi alma el recuerdo, (en el momento mismo de escribir este Comentario del pobre hombre), que a Pablo, en esta ocasión aquí registrado, y sobre todas las demás a tu Iglesia y pueblo, todo ese amor tuyo y el la comunicación de ella, fluye de tu doble naturaleza, tu amor Dios-Hombre, ¡para hacerla querer diez mil veces más para nuestras almas!

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