REFLEXIONES

¡LECTOR! no descartemos este capítulo bendito (porque es uno muy bendito), hasta que primero hayamos buscado la gracia para reunir las diversas reflexiones que mejora; y también buscamos dentro, en nuestros propios corazones, el descubrimiento de nuestro interés personal en él.

¡Y primero, bendito Emanuel! mi alma desearía contemplarte como la gloriosa Cabeza y Representante de tu Israel; a quien se dan todas estas preciosas promesas, y en quien se vuelven sí y amén para tus redimidos en ti. Sí, Señor, has condescendido a convertirte en todo lo que aquí se dice para tu Iglesia, tu cuerpo; y por tanto, en ti, y por ti, y de ti, sólo mi alma esperaría todas las bendiciones del pacto.

¿Y no te rogaré, pues, a ti, Dios mío y Padre en Cristo Jesús, por amor de su justicia, que hagas como has dicho? ¿Prometió Jehová nuestra Fianza gloriosa, que derramaría agua sobre el sediento e inundaciones sobre la tierra seca? Y mi alma no tiene sed de las aguas de Belén; y anhelando los dones del Espíritu Santo, ¿más que el ciervo anhela los arroyos de las aguas? ¡Oh! para que los siete dones del Espíritu se derramen desde lo alto sobre mi alma, hasta que la tierra seca se convierta en un estanque, y la tierra sedienta en manantiales de agua. Y ¡oh! por gracia para dar, y para estar continuamente dando el mismo testimonio pleno de la verdad como es en Jesús, para que pueda llamarme del Señor, y suscribir plena e inalterablemente con mi mano y todo mi corazón, que soy de mi amado, y ¡Mi amado es mío!

¡Bendito Señor! ¡Diría yo, mientras los cielos cantan salvación y las partes bajas de la tierra cantan alabanzas, que mi pobre lengua cecea se una al coro encantador, que el Señor ha redimido a Jacob y se ha glorificado a sí mismo en Israel!

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