Entonces se acercaron a él todos los publicanos y pecadores para que le oyeran. Y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe y come con ellos.

La imaginación difícilmente puede formarse un retrato más llamativo que el que representan esos versos. Imagínese, lector, una compañía de pobres, despreciados parias de la sociedad, en un cuerpo, de publicanos y pecadores, acercándose, con miradas de esperanza y deseo a Cristo, como si dijera: ¿Puede haber misericordia para nosotros? Y al otro lado de la representación, mire a los fariseos y escribas orgullosos, desdeñosos y santurrones que se apartan del Señor, con rostros del más soberano desprecio, como si Jesús y su compañía contaminen su santidad.

Este (dicen) recibe a los pecadores y come con ellos. ¡Precioso Jesús! Bien es para mí que lo hagas; porque ¿qué habría sido de mí si no hubiera sido así? ¡Cuán verdaderamente hermoso se muestra el Hijo de Dios con tan maravillosa condescendencia! ¿Y qué puede hacer más cariñoso a Cristo para su pueblo?

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