REFLEXIONES

¡Bendito Jesús! ¿Cuán dulce es para mi alma contemplar todas estas misericordiosas promesas que Dios el Padre te ha hecho, y para la seguridad de tu persona y obra, como la gran Cabeza de tu iglesia y pueblo? En verdad se dijo de ti, santo Señor, que pusiste tu amor en tu Padre. Porque aunque tu amor por tu iglesia fue tal que te entregaste por ella, una ofrenda y un sacrificio a Dios, de olor grato, fue tu amor por tu Padre lo que impulsó tu mente infinita en la gran obra de la redención.

¡Sí, bendito Jesús! Me parece que todavía te oigo decir: Me deleito en hacer tu voluntad, oh Dios mío, sí, tu ley está dentro de mi corazón. Y por eso te amó el Padre, como Fianza de tu pueblo, en que diste tu vida para volver a tomarla. De ahí las dulces promesas de Jehová: Ni el león, ni la víbora, ni el cachorro de león, ni el dragón podrán contender contigo. Ningún arma forjada contra ti prosperará.

Y, ¡oh! Señor, ¡cuán bienaventurado es ver en ti y tu gran salvación, la seguridad eterna de tu pueblo también! ¡Sí, todopoderoso Conquistador! con tu fuerza y ​​tu poder hasta los más humildes de tu pueblo pondrán sus pies sobre el cuello de todos sus enemigos. Los demonios se sujetarán a ellos por tu nombre; y el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo sus pies. Oh, por la gracia para seguir conquistando y conquistando, haciendo mención de Jesús y su justicia solamente, hasta que todo enemigo sea sometido, y Jesús lleve a casa su ejército real, victorioso, bajo su bandera omnipotente, para sentarse con él en h es trono, y ser hechos reyes y sacerdotes para Dios y el Padre.

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