• Jeremias 4:19

    ¡Ay, mis entrañas, mis entrañas! Me duelen las paredes de mi corazón. Se conmociona mi corazón dentro de mí. No callaré, oh alma mía, porque lo que has oído es el sonido de la corneta, el pregón de guerra.

  • Jeremias 4:20

    Quebranto sigue a quebranto, porque toda la tierra es devastada. ¡De repente son devastadas mis moradas; en un momento, mis tiendas!

  • Jeremias 4:21

    ¿Hasta cuándo habré de ver la bandera y tendré que oír el sonido de la corneta?

  • Jeremias 4:22

    Porque mi pueblo es insensato; no me conocen. Son hijos ignorantes y carentes de entendimiento. Son expertos para hacer el mal, pero no saben hacer el bien.

  • Jeremias 4:23

    Miré la tierra, y he aquí que estaba sin orden y vacía. Miré los cielos, y no había en ellos luz.

  • Jeremias 4:24

    Miré las montañas, y he aquí que temblaban; todas las colinas se estremecían.

  • Jeremias 4:25

    Miré, y he aquí que no había hombre, y todas las aves del cielo habían huido.

  • Jeremias 4:26

    Miré, y he aquí que la tierra fértil era un desierto. Todas sus ciudades habían sido devastadas ante la presencia del SEÑOR, ante el ardor de su ira.

  • Jeremias 4:27

    Porque así ha dicho el SEÑOR: “Todo el país será desolado, aunque no lo consumiré del todo.

  • Jeremias 4:28

    Por esto se enluta la tierra, y se oscurecen los cielos arriba; porque he hablado, lo he planeado y no cambiaré de parecer ni desistiré de ello”.

  • Jeremias 4:29

    Todas las ciudades huyen del estruendo de los jinetes y de los arqueros. Se meten en la espesura de los bosques y suben a los peñascos. Todas las ciudades están abandonadas; nadie habita en ellas.

  • Jeremias 4:30

    Y tú, oh devastada, ¿qué harás? Aunque te vistas de grana y te adornes con adornos de oro, aunque te agrandes los ojos con pintura, en vano te embelleces. Tus amantes te despreciarán; lo que ellos buscan es tu vida.

  • Jeremias 4:31

    Porque oí una voz como de mujer que tiene dolores de parto, angustia como de primeriza. Es la voz de la hija de Sion que gime y extiende sus manos, diciendo: “¡Ay de mí, pues mi alma desfallece ante los asesinos!”.

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