Y quitó los caballos que los reyes de Judá habían dado al sol, a la entrada de la casa del SEÑOR, junto a la cámara del eunuco Natanaelec, que estaba en los alrededores, y quemó los carros del sol con fuego.

Se llevó los caballos que los reyes de Judá habían dado al sol. Entre los pueblos que antiguamente adoraban al sol, se solían dedicar caballos a esa divinidad, por la supuesta idea de que el propio sol era arrastrado en un carro por caballos. En algunos casos estos caballos eran sacrificados; pero lo más común es que se emplearan en las procesiones sagradas para llevar las imágenes del sol, o para que los adoradores montaran cada mañana para recibir su salida.

Esta forma de superstición prevalecía en Asia mucho antes de la dominación persa (Layard, "Nínive y sus restos", 2:, p. 365; véase también Drew, "Tierras de las Escrituras", p. 196, nota; Barclay, p. 99). Parece que los reyes idólatras, Acaz, Manasés y Amón, o sus grandes oficiales, procedían en estos caballos cada día temprano, desde la puerta oriental del templo, para saludar y adorar al sol cuando aparecía sobre el horizonte.

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