Porque muchas veces también tu propio corazón sabe que tú mismo también has maldecido a otros.

Tú mismo has maldecido a otros. La conciencia le recuerda al creyente los pecados de los cuales sus sufrimientos están diseñados como castigo. Por tanto, en lugar de abrigar un sentimiento amargo contra los agentes que causan nuestros sufrimientos, debemos considerarlos como los instrumentos en las manos del Padre amoroso que nos corrige; entonces se vuelve, por el Espíritu de Dios, fácil para nosotros amarlos y orar por ellos mientras nos ultrajan.

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