Ningún extranjero comerá de las cosas sagradas; el extranjero del sacerdote, o el jornalero, no comerá de las cosas sagradas.

Ningún extraño comerá de lo sagrado. La porción de los sacrificios asignada para la manutención del sacerdote oficiante estaba restringida al uso exclusivo de su propia familia. Eran una provisión para los ministros y sirvientes del rey, a quienes éste mantenía en su palacio y sus alrededores. Un invitado temporal o un sirviente contratado no tenía libertad para comer de ellos; pero se hacía una excepción en favor de un esclavo comprado o nacido en casa, porque era un miembro declarado de su casa.

Por el mismo principio, su propia hija, que se casaba con un marido que no era sacerdote, no podía comer de ellos, aunque, si era viuda y no tenía hijos, se le restablecían los privilegios de la casa de su padre, como antes de su matrimonio. Pero si se había convertido en madre, como sus hijos no tenían derecho a los privilegios del sacerdocio, se veía en la necesidad de encontrar apoyo para ellos en otro lugar que no fuera el techo de su padre.

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