1 Juan 3:1-24

1 Miren cuán grande amor nos ha dado el Padre para que seamos llamados hijos de Dios. ¡Y lo somos! Por esto el mundo no nos conoce, porque no lo conoció a él.

2 Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Pero sabemos que, cuando él sea manifestado, seremos semejantes a él porque lo veremos tal como él es.

3 Y todo aquel que tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo, como él también es puro.

4 Todo aquel que comete pecado también infringe la ley, pues el pecado es infracción de la ley.

5 Y ustedes saben que él fue manifestado para quitar los pecados y que en él no hay pecado.

6 Todo aquel que permanece en él no continúa pecando. Todo aquel que sigue pecando no lo ha visto ni le ha conocido.

7 Hijitos, nadie los engañe. El que practica justicia es justo, como él es justo.

8 El que practica el pecado es del diablo, porque el diablo peca desde el principio. Para esto fue manifestado el Hijo de Dios: para deshacer las obras del diablo.

9 Todo aquel que ha nacido de Dios no practica el pecado porque la simiente de Dios permanece en él, y no puede seguir pecando porque ha nacido de Dios.

10 En esto se revelan los hijos de Dios y los hijos del diablo: Todo aquel que no practica justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano.

11 Porque este es el mensaje que ustedes han oído desde el principio: que nos amemos los unos a los otros.

12 No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa lo mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano eran justas.

13 Y no se maravillen, hermanos, si el mundo los aborrece.

14 Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en muerte.

15 Todo aquel que odia a su hermano es homicida, y ustedes saben que ningún homicida tiene vida eterna permaneciendo en él.

16 En esto hemos conocido el amor: en que él puso su vida por nosotros. También nosotros debemos poner nuestra vida por los hermanos.

17 Pero el que tiene bienes de este mundo y ve que su hermano padece necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo morará el amor de Dios en él?

18 Hijitos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y de verdad.

19 En esto sabremos que somos de la verdad y tendremos nuestro corazón confiado delante de él;

20 en caso de que nuestro corazón nos reprenda, mayor es Dios que nuestro corazón, y él conoce todas las cosas.

21 Amados, si nuestro corazón no nos reprende, tenemos confianza delante de Dios;

22 y cualquier cosa que pidamos la recibiremos de él porque guardamos sus mandamientos y hacemos las cosas que son agradables delante de él.

23 Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos unos a otros, como él nos ha mandado.

24 Y el que guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él. Y por esto sabemos que él permanece en nosotros: por el Espíritu que nos ha dado.

CAPITULO 3

LAS MARCAS DISTINTIVAS DE LOS HIJOS DE DIOS Y DE LOS HIJOS DEL DIABLO. EL AMOR FRATERNAL ES LA ESENCIA DE LA VERDADERA JUSTICIA.

1. Mirad—llamando la atención como sobre alguna exhibición maravillosa, puesto que el mundo ve poco de que admirarse. La conexión con el versículo anterior es esto: Todas nuestras obras de justicia no son sino la señal de que Dios, en su amor sin igual, nos ha adoptado como sus hijos; nuestra justicia no nos salva, sino que es prueba de que somos salvos por su gracia. cuál amor—¡de qué sobrepujante excelencia qué benevolencia de su parte, qué precioso para nosotros! nos ha dado—No dice que nos haya dado algún regalo, sino el mismo amor, y la fuente de todos los honores, el corazón mismo, y eso no por nuestras obras y esfuerzos, sino de su pura gracia. [Lutero.] que—“Cuán grande amor, que …” que resulta en, o probado por, el ser nosotros llamados … La finalidad inmediata por qué darnos su amor es para que seamos llamados hijos de Dios.” seamos llamados—que tengamos el privilegio de tan glorioso título (tan imaginario para el mundo), juntamente con la gloriosa realidad. Para Dios llamar es realizar. ¿Quién es tan grande como Dios? ¿Qué relación es más íntima que la de los hijos? Los manuscritos más antiguos agregan: “y lo somos.” por esto—a causa de la realidad de nuestro estado de hijos de Dios. nos—a nosotros los hijos, como tampoco al Padre conocen. “Si los que no respetan a Dios, te toman en cuenta a ti, preocúpate de su condición. [Bengel.] Véase contraste, 5:1. Todo el curso del mundo es un gran acto de desconocimiento de Dios.

2. Muy amados—de Dios, y por tanto, de Juan. ahora—En contraste con “aun no,” que sigue. Ahora ya somos hijos en realidad, aunque el mundo no nos conoce como tales, y (como consecuencia) esperamos la manifestación visible de nuestra adopción, que aun no tuvo lugar. no se ha manifestado—(en ninguna ocasión, Griego, aoristo) visiblemente lo que hemos de ser: qué gloria adicional alcanzaremos en virtud de esta filiación nuestra. “Cuál” sugiere algo inconcebiblemente glorioso. pero—Omitido en los manuscritos más antiguos. Su inserción en nuestra versión da la antítesis errónea. No es: “Aun no sabemos manifiestamente lo que … pero sabemos …” Los creyentes tienen algún grado de la manifestación ya, aunque el mundo no la tiene. La relación es ésta: La manifestación al mundo de lo que seremos no tuvo lugar aún; nosotros sabemos (en general; como asunto bien atestiguado; así el griego) que cuando (Lit., “si”, en expresión de duda, no tocante al hecho, sino al tiempo; denota también el hecho preliminar, por venir, del que depende la consecuencia, Malaquías 1:6; Juan 14:3) él (no “ello, a saber, lo que no se manifestó aún—Alford) apareciere (Juan 3:5; Juan 2:20), seremos semejantes a él (Cristo; todos los hijos tienen una semejanza substancial con su padre, y Cristo, a quien seremos semejantes, es “la expresa imagen de la persona del Padre.”) Aguardamos la manifestación (lit., el apocalipsis: el mismo término se aplica a la propia manifestación de Cristo) de los hijos de Dios. Después de nuestro nacimiento natural, hace falta el nuevo nacimiento en la vida de la gracia, al que ha de seguir el nuevo nacimiento a la vida de la gloria; estas dos experiencias se llaman “la regeneración” (Mateo 19:28). La resurrección de nuestro cuerpo es una especie de salida de la matriz de la tierra, y de nacimiento a nueva vida. La primera tentación fué la promesa de que seríamos semejantes a Dios en el conocimiento, y por ella caímos; pero al ser levantados por Cristo, llegamos a ser en verdad semejantes a él, conociéndole como somos conocidos y viéndolo como él es. [Pearson, Credo.] Como la primera inmortalidad que perdió Adán fué el poder de no morir, así será la última la de no poder morir. Como la primera libre elección y voluntad del hombre fué el poder de no pecar, así nuestra última será la de no poder pecar. [Agustín, Civit. Dei, L. 22, c. 30.] El diablo cayó por aspirar al poder de Dios; el hombre, por aspirar al conocimiento de Dios; pero aspirando a la santidad de Dios, hemos de crecer siempre en su semejanza. La transición de Dios el Padre a “él,” es decir, a Cristo (de quien solo se dice en la Escritura que será manifestado; no el Padre, Juan 1:18), enseña la completa unidad del Padre y del Hijo. porque le veremos—La contemplación continua genera la semejanza (2 Corintios 3:18); como la cara de la luna siempre vuelta hacia el sol, refleja la luz y la gloria de él. Le veremos, no en su íntima divinidad, sino como manifestado en Cristo. Ningunos sino los puros pueden ver a aquel que es infinitamente puro. En todos estos textos el griego es el mismo verbo, opsomai, que expresa no la acción de ver, sino el estado de aquel a cuyo ojo y mente el objeto está presentado; por tanto este verbo griego está siempre en la voz media, o sea reflexiva, percibir e interiormente apreciar [Tittman.] Nuestro cuerpo espiritual reconocerá y apreciará a los seres espirituales en el más allá, así como ahora nuestro cuerpo natural, a objetos naturales.

3. esta esperanza—de ser después como “él.” Fe y amor, tanto como esperanza, ocurren,2 Corintios 3:11, 2 Corintios 3:23. en él—“en Cristo;” Griego “sobre él” (epi), esperanza fundada en sus promesas. se purifica—Por el Espíritu de Cristo en él (Juan 15:5). “Tú te purificas, no por ti mismo, sino por aquel que viene a morar en ti.” [Agustín.] Se presupone aquí la justificación por la fe. como él … es limpio—libre de toda mancha de inmundicia. La Segunda Persona, por quien tanto la ley como el evangelio fueron dados.

4. El pecado es incompatible con el nacimiento de Dios (Juan 3:1). Juan a menudo expone negativamente la misma verdad expuesta positivamente. Ha enseñado que el nacimiento de Dios comprende la purificación de uno; ahora demuestra que donde hay pecado, eso es, la falta de esta purificación, allí tampoco hay tal nacimiento de Dios. CualquieraGriego, “todo el que …” hace pecadocomp. en contraste, “Se purifica,” y “el que hace justicia” (Juan 3:3, Juan 3:7). traspasa … leyLit., “hace anarquía.” La ley de Dios es pureza: y así demuestra que uno no tiene tal esperanza de ser más adelante puro como Dios es puro, y que por tanto no ha nacido de Dios. puesGriego, “Y.” el pecado es—una definición del pecado en general. El artículo griego con ambos sustantivos denota que son términos convertibles (“la transgresión es (el) pecado”). El pecado (hamartía) es lit. errar al blanco, la voluntad de Dios siendo el blanco al que se debe apuntar. “Por la ley es el conocimiento del pecado.” Lo torcido de una línea queda revelado cuando se le yuxtapone una regla recta.

5. Más prueba de la incompatibilidad del pecado y la filiación divina; la misma finalidad de la manifestación de Cristo en la carne fué para quitar (por un acto y por todo; aoristo) todos los pecados, como el macho cabrío, típicamente. y—otra prueba más de lo mismo. no hay pecado en él—“El es justo” (Juan 3:7), “El es puro (Juan 3:3). Así pues lo hemos de ser también.

6. Raciocina acerca de la entera separación de Cristo del pecado, que los que están en él deben también estar separados de aquél. permanece—como el pámpano en la vid, por la vítal unión con la vida de él. no peca*—En cuanto permanezca en Cristo, queda libre del pecado. El ideal del cristiano. La vida del pecado y la vida de Dios mutuamente se excluyen, así como la oscuridad y la luz. En la realidad caen los creyentes en el pecado (Juan 1:8; Juan 2:1); pero tales pecados son todos ajenos a la vida en Dios, y necesitan la purificación de la sangre de Cristo, sin cuya aplicación esta vida en Dios no podría sostenerse. Uno no peca mientras permanece en Cristo. cualquiera que peca, no le ha vistoGriego pret. perf. “no le ha visto y no le ve.” Otra vez se presenta el ideal de la intuición y conocimiento cristianos. (Mateo 7:23). Todo pecado como tal está en contradicción con la noción de un regenerado. No que “todo aquel que es engañado y cae en pecado nunca haya visto a Dios;” sino que en la medida en que el pecado existe, en tal grado la intuición y conocimiento de Dios no existen en uno. ni le ha conocido—“Ni aun;” ver espiritualmente es un paso más adelante que conocer; con conocer llegamos a ver por vívida realización y experimentalmente.

7, 8. La misma verdad se postula con la adición de que el que peca es, en la medida que peca, “del diablo.” no os engañe ninguno—como los antinominianos trataban de desencaminar a la gente. justiciaGriego, “la justicia,” la que es de Cristo, o de Dios. es justo—No es su hacer “la justicia” lo que le hace justo, el hecho de ser justo (justificado por la justicia de Dios en Cristo, Romanos 10:3) le hace hacer la justicia; una inversión común en lenguaje familiar, lógica en realidad, pero no en forma, como en Lucas 7:47; Juan 8:47. Las obras no justifican, pero el justificado obra. Inferimos de su hacer justicia que él ya es justo (es decir, que tiene el verdadero y único principio de la justicia, a saber, la fe), y es por tanto nacido de Dios (Juan 3:9.); de la misma manera que podemos decir: el árbol que lleva fruto bueno es árbol bueno, y tiene raíz viviente; no que el fruto haga que el árbol y la raíz sean buenos, sino que demuestran que lo son. como él—“como Cristo.”

8. El que hace pecado—en contraste con “el que hace justicia” (Juan 3:7). Es hijo del diablo (Juan 3:10; Juan 8:44). Juan no dice, sin embargo, “nacido del diablo,” como dice, por otra parte, “nacido de Dios,” pues “el diablo nada engendra, ni crea cosa alguna: pero todo el que imita al diablo, viene a ser hijo de él con imitarle, no por nacimiento propio.” [Agustín, Tratado,Juan 4:10.] De parte del diablo no hay generación, sino corrupción. [Bengel.] peca desde el principio—desde cuando se empezó a pecar [Alford]; desde el tiempo cuando llegó a ser lo que es: el diablo. Parece haber guardado su primer estado muy poco tiempo después de su creación. [Bengel.] Desde la caída del hombre (en el principio de nuestro mundo) el diablo (siempre) peca (significa, está pecando; ha pecado desde el principio, es la causa de todo pecado, y sigue aún pecando; tiempo presente). Como autor del pecado, y príncipe de este mundo, nunca ha dejado de seducir a los hombres al pecado. [Luecke.] deshacer—destruir y aniquilar; aplastando la cabeza de la serpiente. obras del diablo—el pecado y todas sus terribles consecuencias. Arguye Juan: Los cristianos no pueden hacer lo que Cristo vino a destruir.

9. CualquieraLit., “Todo aquel que ha nacido y vive de Dios. no hace pecado—su naturaleza superior, como uno nacido y engendrado de Dios, no peca. Ser engendrado de Dios, y pecar, son estados que mutuamente se excluyen el uno al otro. En la medida que uno peca, hace dudoso si ha nacido de Dios. su simiente—la palabra viviente de Dios, hecha en nosotros por el Espíritu Santo la simiente de una vida nueva y el medio continuo de la santificación. estáGriego “permanece en él” (Nota, comp. el v. 6; Juan 15:38). Esto no contradice el 1:8, 9; el regenerado demuestra la absoluta incompatibilidad del pecado con la regeneración, limpiando en seguida en la sangre de Cristo todo pecado que comete por la traición de su antigua naturaleza. no puede pecar—“porque es de Dios que ha nacido” (así el orden griego, comparado con el orden de las mismas palabras al principio de este versículo); no “porque nació de Dios” (el griego es el pret, perfecto, presente en el sentido, “está nacido,” no aoristo); no se dice que. Porque un hombre naciera una vez por todas de Dios nunca puede volver a pecar; sino, Porque él es nacido de Dios, la simiente permaneciendo ya en él, él no puede pecar; hasta cuando permanezca enérgicamente, el pecado no podrá tener cabida. Comp. Génesis 39:9, José: “¿Cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?” El principio dentro de mí está en absoluta oposición a ello. La vida regenerada es incompatible con el pecado, y da al creyente un odio al pecado en cualquiera de sus formas, y un deseo incesante de resistirlo. “El hijo de Dios en este conflicto recibe heridas cada día, por cierto, pero nunca arroja sus armas ni hace las paces con su enemigo mortal.” [Lutero.] Los pecados excepcionales en los que se sorprende a los regenerados, se deben a que al nuevo principio vital se le deja yacer dormido, y a que la espada del Espíritu no se desvaina a tiempo. El pecado está siempre activo, pero ya no reina. La dirección normal de las energías del cristiano es en contra del pecado; la ley de Dios según el hombre interior es el principio regente en el verdadero yo, aun cuando la antigua naturaleza, aun no del todo amortiguada, se rebela y peca. Contrástese el 5:18 con Juan 8:34; véase Salmo 18:22; Salmo 32:2; Salmo 119:113, Salmo 119:176. La aguja magnética, cuya naturaleza es siempre dirigirse hacia el polo, es fácilmente desviada, pero siempre se vuelve hacia el polo. hijos del diablo—(Nota,Salmo 3:8; Hechos 13:10). No hay clase media entre los hijos de Dios y los hijos del diablo. no hace justicia—contrástese con el 2:29. que no ama a su hermano—(4:8).—un ejemplo particular de aquel amor que es la suma y el cumplimiento de toda justicia, y la señal (no fuertes protestaciones, ni aun obras al parecer buenas) que distingue a los hijos de Dios de los del diablo.

11. el mensaje—“el anuncio,” como de algo bueno; no una mera orden, como la ley. El mensaje del evangelio de aquel que nos amó, anunciado por sus siervos, es que amemos a los hermanos; no aquí a todos las hombres, sino a los que son nuestros hermanos en Cristo, hijos de la misma familia de Dios, de quien hemos nacido de nuevo.

12. que—no está en el griego. del malignotradúzcase “del malo,” para concordar con “Porque sus propias obras eran malas”. Comp. el v. 8, “del diablo,” en contraste con “de Dios,” 3:10. mató, porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas—por la envidia y el odio a la piedad de su hermano, debido a que Dios aceptó la ofrenda de Abel, pero rechazó la de Caín. La enemistad existió desde el principio entre la simiente de la mujer y la simiente de la serpiente.

13. no os maravilléis—La maravilla sería que el mundo os amara. el mundo—del cual Caín es el representante (3:12). os aborrece—como Caín aborreció hasta a su propio hermano, y tanto como para matarlo. El mundo siente reprobadas sus obras malas tácitamente, por vuestras obras buenas.

14. Nosotros—enfático; aborrecidos como somos por el mundo, nosotros sabemos lo que el mundo no sabe. sabemos—como hecho asegurado. pasadocambiado nuestro estado. Colosenses 1:13, “del poder de las tinieblas … trasladados al reino de su amado Hijo.” de muerte a vidalit., “de dentro de la muerte (que encarcela a los no regenerados) adentro de la vida” (de los regenerados). Una coincidencia palpable de lenguaje y pensamiento, el discípulo amado adoptando las palabras de su Señor. en que amamos a los hermanos—la base, no de nuestra salida de muerte a vida, sino de nuestro conocimiento de dicho hecho. El amor, de nuestra parte, es la evidencia de nuestra justificación y regeneración, no la causa de ellas. “Acuda cada uno a su propio corazón; sí allí halla el amor a los hermanos, que tenga por seguro que ha pasado de muerte a vida. No se cuide de que su gloria sea sólo escondida: cuando el Señor venga, entonces aparecerá en gloria. Porque tiene energía vital, pero aun sigue el invierno; la raíz tiene vigor, pero las ramas parece que están secas; dentro está la savia que es vigorosa, dentro están las hojas, dentro el fruto, pero debemos esperar la venida del verano.” [Agustín.] El que no ama—Los mandamientos más antiguos omiten “a su hermano,” lo que hace más general la aserción. estáGriego, “permanece;” queda aún. en (la) muerte—en la muerte (espiritual, que acaba en la eterna) que es la condición de todos por la naturaleza. Su carecimiento del amor es evidencia de que no le ha acontecido ningún cambio salvador.

15. aborrece—equivalente a “no ama” (Colosenses 3:14). “El amor y el odio, como la luz y la oscuridad, de necesidad se reemplazan y de necesidad se excluyen la una a la otra.” [Alford.] es homicida—porque si se abandona a dicha pasión, ella siguiendo hasta sus consecuencias naturales, haría de él uno. “Mientras que el v. 16 desea que pongamos la vida por los hermanos; el duelo requiere que uno (¡tremendo es decirlo!) arriesgue su propia vida más bien que privar a otro de la suya.” [Bengel.] Dios considera que la disposición interior es de tanta importancia como el hecho exterior motivado por ella. Si se aborrece a alguien, se desea que esté muerto. tiene—tal persona “permanece en muerte” todavía. No se hace referencia a su estado futuro, sino al presente. El que aborrece (o no ama) a su hermano (Colosenses 3:14), no puede, en este su actual estado, gozar de la permanencia en él, de la vida eterna.

16. El amor de Cristo hacia nosotros ilustra lo que es el verdadero amor a los hermanos. en esto—“Llegamos al conocimiento del amor;” aprendemos lo que es el verdadero amor. él—Cristo. también nosotros—de nuestra parte, si de veras es necesario hacerlo para la gloria de Dios, para el bien de la Iglesia, o la salvación de un hermano. vidas—Cristo solo puso su vida por todos nosotros; nosotros debemos poner nuestra vida separadamente por la vida de los hermanos; si no de hecho, al menos virtualmente, dándoles nuestro tiempo, cuidado, trabajo, oraciones, bienes: “Non nobis, sed omnibus.” Nuestra vida no debe sernos más cara a nosotros de lo que fué para Dios mismo la vida de su Hijo. Los apóstoles y los mártires obraron sobre este principio.

17. bienes de este mundolit., “la vida,” subsistencia, o substancia. Si debemos poner nuestra vida por los hermanos, ¿con cuánta más razón debemos no retenerles nuestra substancia? ve—no tan sólo casualmente, sino que contempla deliberadamente cual espectador; así dice el griego. cerrare sus entrañas—refrena los impulsos de compasión que despiertan ante el espectáculo de la necesidad de un hermano. “Las entrañas” significan el corazón, la sede de la compasión. ¿cómo—“¿Cómo es posible que permanezca (el griego) el amor a Dios en él?” Nuestra superabundancia debe suplir las necesidades: nuestras comodidades y aun nuestras necesidades en cierta medida, deben ceder a las necesidades extremas de nuestros hermanos. “La fe nos da a Cristo a nosotros; el amor que emana de la fe me da a mi prójimo.”

18. Cuando el venerable Juan ya no podía ir a pie a las reuniones de la iglesia, sino que era llevado por sus discípulos, siempre pronunciaba la misma salutación a la iglesia; les recordaba aquel singular mandamiento que él había recibido de Cristo mismo, el que comprendía todos los demás y formaba el distintivo del nuevo pacto, “Hijitos míos, amaos los unos a los otros.” Cuando los hermanos presentes, cansados de oir las mismas palabras tantas veces, le preguntaron por qué las repetía tanto, respondió, “Porque es el mandamiento del Señor, y si éste se cumple, basta.” [Jerónimo.]

19. en esto—en que amemos nosotros en obra y verdad. conocemos—Los manuscritos más antiguos dicen “sabremos,” eso es, si cumplimos el mandamiento. de la verdad—que somos verdaderos discípulos de la verdad y que pertenecemos a ella, como está en Jesús: engendrados de Dios por la palabra de verdad. Teniendo la verdad adentro, de raíz, de seguro no amaremos meramente de palabra y lengua. corazones certificadoslit., “persuadidos,” eso es, de modo que dejan de condenarnos; satisfacen las preguntas y las dudas de la conciencia acerca de si somos o no aceptos delante de Dios (véase Mateo 28:14; Hechos 12:20, “Sobornando a Blasto,” lit., “persuadiendo”). El corazón, la sede de los sentimientos, es nuestro juez interno; la conciencia, como testigo, obra o como nuestro abogado justificante, o como nuestro acusador que condena, ante Dios aun ahora. Juan 8:9 tiene “redargüidos de la conciencia,” pero este pasaje falta de los mejores manuscritos. Juan en ninguna otra parte emplea el término conciencia. Pedro y Pablo solos lo usan. delante de él—como ante los ojos de él, el omnisciente Escudriñador de los corazones. La seguridad debiera ser la experiencia ordinaria y el privilegio del creyente.

20. Lutero y Bengel entienden que este versículo consuela al creyente a quien condena la conciencia; y quien, como Pedro, apela de la conciencia a aquel que es mayor que la conciencia, “Señor, tú sabes todas las cosas: tú sabes que te amo.” La conciencia de Pedro, mientras que le condenaba del pecado de haber negado al Señor, le confirmaba en su amor; pero temiendo la posibilidad, debido a su caída reciente, de engañarse a sí mismo, apela al omnisciente Dios: así Pablo en 1 Corintios 4:3. Así que, si somos creyentes, aun cuando nuestros corazones nos condenan del pecado en general, con todo, tenemos una señal de nuestra filiación: el amor, y así podemos confirmar nuestros corazones (Algunos de los manuscritos más antiguos dicen corazón, como en el 3:20, 21), sabiendo que Dios es mayor que nuestro corazón, y sabe, o conoce todas las cosas. Traduzcamos: “Porque (expresando la razón por qué es tan importante tener nuestro corazón confirmado, o asegurado, delante de él) si nuestro corazón nos condena (lit., “sabe algo en contra de nosotros”: que contesta por contraste a “sabremos que somos de la verdad”), es porque Dios es mayor que nuestro corazón y sabe todas las cosas.” Si nuestro corazón nos juzga desfavorablemente, podemos saber con seguridad que él, sabiendo más que nuestro corazón, nos juzga más desfavorablemente aún. [Alford.] El testimonio condenatorio de nuestra conciencia no está sola, sino que es el eco de la voz de aquel que es mayor y reconoce todas las cosas. Nuestra hipocresía de amar de palabra y lengua, y no de hecho y de verdad, no escapa ni a nuestra conciencia, débil y corta de conocimiento como es, ¡cuánto menos escapará a Dios, que conoce todas las cosas! Con todo, la interpretación consolatoria puede ser la correcta. Porque el griego traducido en el 3:19 “tenemos … certificados,” significa convencer, o persuadir al corazón [Véase la versión Besson; Traductor.] de modo de sosegarlo, denotando que ha habido un previo estado de propia condenación establecido por el corazón (3:20), el que se calma, sin embargo, con el pensamiento consolatorio de que “Dios es mayor que el corazón” que condena, y “conoce todas las cosas” (Griego., ginoskei, “conoce,” no kataginoskei, “condena”), y por tanto conoce mi amor y mi deseo de servirle, y mi triste condición, de modo de apiadarse de mi débil fe. Este convencimiento del corazón para calmarse no es una condición tan avanzada como la de tener CONFIANZA en Dios, la que emana de un corazón que no nos condena.

21. Carísimos—o “amados,” el mismo vocablo griego que Efesios 2:7; Efesios 4:1, Efesios 4:7, Efesios 4:11. No hay ningún “pero” que contraste los dos casos (3:20 y 21), porque “carísimos” marca suficientemente la transición al caso de los hermanos que andan en la plena confianza del amor (3:18). Los dos resultados de poder “persuadir nuestros corazones delante de él” (3:19), y el “no condenarnos nuestro corazón” (de la insinceridad en cuanto a la verdad en general, y al AMOR en particular) son: (1) la confianza para con Dios; (2) la segura contestación a nuestras oraciones. Juan no quiere decir que todos aquellos cuyo corazón no los condena, sean por tanto salvos delante de Dios; porque algunos tienen cauterizada la conciencia, otros son ignorantes de la verdad, y no es sólo la sinceridad, sino la sinceridad en la verdad la que puede salvar a los hombres. Los cristianos son los aquí significados; que conocen los preceptos de Cristo y se prueban a la luz de los mismos.

22. Recibiremos—como una realidad, de conformidad con su promesa. Los creyentes, como tales, piden sólo lo que está conforme a la voluntad de Dios; o si piden lo que Dios no quiere, se conforman con su voluntad, de modo que Dios o les concede su petición, o les da algo mejor que lo pedido. porque guardamos sus mandamientosComp. Salmo 66:18; Salmo 34:15; Salmo 145:18. No es como si nuestros merecimientos nos ganaran el ser oídos en nuestras oraciones, sino que cuando somos creyentes, todas nuestras obras de fe, siendo el fruto de su Espíritu en nosotros, son “agradables delante de él:” y nuestras oraciones siendo la voz del mismo Espíritu de Dios en nosotros, natural y necesariamente son contestadas por él.

23. Recapitulando los mandamientos de Dios bajo la dispensación evangélica en un solo mandamiento. éste es su mandamiento—singular; porque la fe y el amor no son mandamientos separados, sino que están indisolublemente unidos. No podemos en verdad amarnos los unos a los otros sin la fe en Cristo, ni podemos creer en él en verdad, sin amor. creamosuna vez por todas; aoristo griego, en el nombre de su Hijo—en todo lo revelado en el evangelio acerca de él, y en él mismo respecto de su persona, sus oficios, y su obra propicitoria. como nos lo ha mandado—él, Jesús.

24. estáGriego, “permanece,” o mora; el creyente mora en Cristo. y él en él—Cristo en el creyente. Reciprocidad. Juan “así vuelve a la gran nota tónica de la Epístola, permaneced en él, con la que termina la primera división” (2:28). en esto—Los creyentes sabemos que “él mora en nosotros, por (la presencia en nosotros del) Espíritu que nos ha dado. De este modo se prepara, con la mención del verdadero Espíritu, para la transición al espíritu falso, 4:1-6; después de lo cual vuelve de nuevo al tema del amor.

Continúa después de la publicidad