Él es el rey, no solo de los judíos, sino también de los gentiles. Pero no en vano se le llama rey de los judíos. Porque eran el verdadero olivo (Romanos xi.); y nosotros, el olivo silvestre, hemos sido injertados y hechos partícipes de la virtud del olivo verdadero. Cristo, por tanto, es el Rey de los judíos, circuncidado, no en la carne, sino en el corazón, no según la letra, sino según el espíritu. (San Agustín, tratado. 118. en Joan.)

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