y les dijo: Cualquiera que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió; porque el más pequeño de vosotros será grande.

Cuán grande era la densidad espiritual de los discípulos incluso en ese momento, se desprende de este incidente. Porque mientras Jesús estaba preocupado por la obra de salvación, por la aflicción y la prosperidad del mundo entero, los apóstoles discutían, con mezquinos celos, sobre el rango entre ellos. Había un altercado regular sobre la pregunta en su círculo sobre este asunto insignificante. Lucas no relata que Jesús les preguntó acerca de su disputa, contentándose con señalar la lección que Jesús enseñó.

El Maestro tomó a un niño y lo colocó a su lado mientras estaba de pie en medio de ellos, diciéndoles que al recibir a este niño lo recibirían a Él, y por lo tanto también al que lo envió. Lo pequeño e insignificante a los ojos del mundo es grande a los ojos de Jesús, si se puede encontrar fe. Y luego declara la gran paradoja, la aparente contradicción que se cumple en el reino de Dios: el que es más pequeño que todos, él es grande en el reino de Dios. El que está satisfecho con la posición más humilde y más baja, si puede servir al Maestro, tiene las verdaderas cualidades que contribuyen a la grandeza, y Cristo mismo lo reconocerá de esa manera.

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