Pero cuando os conduzcan y os entreguen, no os preocupéis de antemano por lo que diréis, ni premeditais; pero todo lo que os sea dado en aquella hora, habláis; porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu Santo.

Vigilancia incesante, vigilancia incansable, el Señor manda a sus discípulos. Porque los judíos y sus líderes no permitirían pasivamente la extensión de la influencia cristiana, la expansión de la religión cristiana. Todos sus diversos atrios serían llamados a obstaculizar la obra de los apóstoles y sus ayudantes. Cristo les dice sin rodeos: Ustedes, entregados a las sinagogas, serán maltratados.

Y por Su causa tendrían que comparecer ante gobernantes y reyes. Todo esto será un testimonio no para ellos, sino contra ellos. Se marcará en el libro del juicio de Dios como otro elemento que invoca Su castigo sobre los enemigos de Su Palabra. Como leemos a lo largo de los Hechos de los Apóstoles, y en los relatos individuales dados por San Pablo en sus cartas, estas profecías se cumplieron literalmente.

Y hay poca diferencia entre esos días y los nuestros, solo que en el momento actual los enemigos del Evangelio puro instan a la conveniencia y las medidas políticas para perseguir a los creyentes en todo el mundo. Pero, en medio de todo esto, la profecía de Cristo brilla como un faro: Y a todas las naciones se debe predicar primero el Evangelio. En aquellos días, los apóstoles llenaron el mundo conocido con la gloriosa noticia de la salvación obtenida por Jesús para todos los hombres, y en nuestros días siempre hay algunos que salen con total abnegación para traer la noticia de la reconciliación de Dios con hombres por la sangre de Cristo a toda nación.

Con esta promesa de guiarlos, de alegrarlos, de llenarlos de nuevo valor cada día, la perspectiva de sufrir injusticias ante los poderes fácticos no aterroriza a los creyentes. Cristo les dice que no se preocupen de antemano por cómo podrían defenderse debidamente de las acusaciones falsas. En el momento crítico, Él promete darles las palabras correctas que pueden usar para defenderse.

El Espíritu Santo inspiraría directamente sus declaraciones, de modo que su defensa fuera, en cada caso, una poderosa vindicación de la verdad del Evangelio y del poder de Dios. Y la historia de la Iglesia desde la época de los apóstoles narra numerosos casos que muestran que Dios, en tiempos de grandes crisis, despierta a hombres con habilidades y poderes extraordinarios para defender las Escrituras contra acusaciones falsas y reivindicar el cristianismo.

Aunque no cedemos a un falso entusiasmo en su caso, como, por ejemplo, en el de Lutero, y estamos lejos de reclamar inspiración directa para ellos, sabemos que en su predicación, también en defensa de la verdad de la eterna Evangelio, era Dios y Su Espíritu que estaba con ellos.

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