Oye lo correcto, oh Señor, escuchando como el creyente presenta el argumento de su justicia, atiende a mi clamor, su fuerte e importuna llamada; presta oído a mi oración, que no sale de labios fingidos, de labios que nada tienen que ver con hipocresía y engaño; porque si estuviera contaminado por la culpa, no se atrevería a acercarse al Señor, orando con los labios, en ese caso, lleno de falsedad.

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