Este capítulo nos presenta la Revelación de Cristo en Su gobierno de todos los asuntos del mundo en el que se nos presenta una visión más notable del orden celestial. Todo se ve como rodeando el trono. Alrededor de ese trono están sentados veinticuatro ancianos. En un círculo interior hay cuatro criaturas vivientes, simbólicamente descritas como, la primera como un león, la segunda como un buey, la tercera como un hombre y la cuarta como un águila voladora. Todo el interés se centra en Aquel que se sienta en el trono. No se da ninguna sugerencia de forma. La apariencia se asemeja a la de dos piedras preciosas, jaspe y sardio.

El vidente que contemplaba el orden celestial vio y escuchó la adoración perfecta. La primera nota fue pronunciada por los vivos; en el ejercicio elevado y santo no descansan ni de día ni de noche, ofrecen gloria y honor a Aquel que ocupa el trono. Esta adscripción es seguida por la postración ante el trono mientras los ancianos arrojan sus coronas ante Aquel que se sienta en él.

Así termina la visión del orden celestial esencial. El simbolismo es majestuoso y sublime, y aunque puede haber muchas interpretaciones diferentes, las verdades fundamentales son evidentes por sí mismas. En el centro de todo hay un trono ocupado. Alrededor de él están los que aprecian el carácter del entronizado y se someten a su gobierno. La luz de esa visión brilló para el vidente sobre toda la oscuridad y la penumbra que pronto se le revelaría.

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