Pasando hacia Jerusalén, Pablo y los que estaban con él llegaron a Tiro. Allí los discípulos instaron al apóstol a no ir a Jerusalén; pero, habiendo recibido del Espíritu una revelación de todo lo que le esperaba, siguió adelante.

En ese momento se llegó a Cesarea, y aquí vemos otro destello de Felipe el evangelista. Viviendo en Cesarea tenía cuatro hijas que se dedicaban a la obra del Señor. Mientras se quedaba allí, Agabus llegó y pronunció palabras de predicción. Esta predicción armonizaba con la propia convicción del apóstol de que iba camino del sufrimiento. Una vez más se le instó a no continuar, y una vez más su devoción superó toda urgencia humana.

Llegó a Jerusalén, fue recibido por los ancianos y ensayó la historia del maravilloso triunfo de la Palabra entre los gentiles. Aquí había quienes se oponían a este mismo trabajo. Fue en este momento que Pablo hizo el voto de nazareo. Es imposible escapar a la convicción de que al hacerlo se equivocó. El único propósito de su acción fue mantener la paz, lo que no se logró.

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