Al narrar su propia experiencia en su misión a Nínive, Jonás tenía la intención de enseñar a su pueblo la lección de la inclusividad del gobierno divino, y así reprender su actitud exclusiva hacia los pueblos circundantes. El Libro, naturalmente, se divide en dos partes. En esta primera división tenemos el relato del profeta del mandato de Jehová, su desobediencia y la interposición divina. Evidentemente, no tenía ninguna duda de que el mandato era de Jehová.

La acusación de entregar un mensaje a una ciudad fuera del pacto, y que, además, era el centro de un poder que había sido opresivo y cruel, debió haber sido sorprendente para Jonás. Su intento de escapar fue un acto de desobediencia deliberada. Fuera del camino del deber, reconoció que era responsable de sí mismo, y con un toque de excelente, aunque equivocada, independencia, pagó su pasaje a Tarsis.

Sin embargo, su salida de la presencia del Señor no le aseguró escapar del control del Señor. Jehová envió un viento que puso en peligro el barco en el que Jonás viajaba. Los incidentes de la tormenta están llenos de interés. Aterrorizados por la tormenta, y al final de su ingenio, la tripulación hizo todo lo posible para salvar la vida de Jonah. Sin embargo, Dios, que había enviado el viento, presidió el echado de las suertes, y finalmente Jonás fue arrojado al abismo. Allí fue recibido por el pescado, preparado.

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