Juan 1:35

Los primeros discípulos.

I. Vemos aquí los primeros comienzos de la Iglesia cristiana. Con qué reverente interés podemos considerar este simple relato del comienzo de ese gran reino que ha hecho que todos los demás sientan su dominio. Ha afectado la estabilidad de los imperios, derrocado antiguas idolatrías, estallado de filosofías y, a pesar de la oposición, se ha extendido ya en casi todo el mundo. Y comienza aquí con la tranquilidad divina que es característica de las obras más poderosas de Dios. No tenemos aquí ningún rey visible, ningún profeta arrebatado, ni un escriba para dejar constancia en el momento del evento. El único rollo es el corazón del simple, el único escritor, el invisible Espíritu de Dios.

II. Vemos no solo el comienzo de la Iglesia, sino también el comienzo de los primeros movimientos de religión personal. ¿Cómo comienza la vida espiritual en el corazón individual? Comienza cuando la persona viene a Cristo. Todos los discípulos vinieron; todos fueron recibidos; y en esa recepción personal comenzó su vida superior.

III. Tenemos aquí el método Divino de extender la religión y de multiplicar el número de discípulos. Aquí hay una hermosa ejemplificación de la ley de la influencia personal. Todo el pasaje está lleno de descubrimientos de Cristo y de los discípulos. Parece ser con un propósito directo que tenemos esta mención minuciosa del hallazgo de un discípulo por otro, del que todavía no ha estado con Jesús por el que sí.

Es como si el Espíritu Santo nos presentara de manera conspicua, al comienzo mismo de la Dispensación Cristiana, una de las grandes leyes por las cuales toda la economía debe reponerse con nueva vida y extenderse a límites aún más amplios. Es cierto que esta no es la única ley del crecimiento: el reino debe extenderse de muchas maneras mediante la escritura, la predicación, la vida tranquila, el sufrimiento; pero a través de todos estos se encontrará, si lo examinamos de cerca, que el elemento personal de la religión penetra y vive. Todo lo que uno posee o logra en las cosas espirituales, está obligado, por la ley misma de la vida que ha recibido, a intentar comunicarlo a otros que no sienten ni poseen como él.

A. Raleigh, Desde el amanecer hasta el día perfecto, pág. 250.

Referencias: Juan 1:35 ; Juan 1:36 . Revista del clérigo, vol. VIP. 360. Juan 1:35 . Ibíd., Vol. i., pág. 281. Jn 1: 35-41. Ibíd., Vol. vii., pág. 275. Homilista, tercera serie, vol. vii., pág. 22. Juan 1:36. Spurgeon, Sermons, vol. xviii., No. 1060.

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