Juan 19:26

Cualquiera que haya sido la pasión dominante, se fortalece e intensifica en la hora de la muerte. Tal fue la muerte de Jesús nuestro Señor. En Él no había habido más que una pasión insaciable. La sed de hacer el bien había marcado cada hora y cada acción de su vida. He aquí, mientras se acerca al fin, la misma pasión, la misma seria consideración por los demás, vive con tanta fuerza como antes; y la pasión es la noble pasión de la benevolencia en la vida y de la inagotable benevolencia en la muerte.

Y lo que se muestra en sincera benevolencia se manifiesta también en la consideración de Su última hora, porque a Su alrededor, no importa qué influencias perturbadoras, no importa qué escenas perturbadoras, no importa qué dificultad asalta Sus momentos de muerte, todavía aquí a través de la angustia de La carne, todavía fuerte por la debilidad de la muerte, el espíritu de Su benevolencia y consideración por los demás triunfa sobre todo. "He aquí", dice, "tu madre; he ahí a tu hijo".

I. Ningún incidente en la vida de Cristo es un simple hecho desnudo. Hermoso como es el incidente, como una flor recogida en la tumba de un amado, sin embargo, es una flor igualmente en esto; lleva consigo el germen de un principio eterno. Ese principio es este que en la cruz de Jesucristo se han establecido nuevas relaciones. Vínculos que antes no existían, se han forjado en Su muerte, y donde antes existían vínculos de simpatía, Su muerte los ha unido con más fuerza.

II. Pero Jesucristo no se contenta con dejarnos así, proclamando que en su cruz se establecen nuevas relaciones. También proclama con sus palabras que también hay nuevas obligaciones. Hay una ley en nuestra naturaleza por la cual, en proporción al despertar del sentimiento, se produce la disminución de la acción práctica. Hay un estremecimiento de entusiasmo que conmueve el corazón bajo la influencia de algún sentimiento; y nosotros, porque nos hemos sentido con nobleza, no podemos decir que también hemos actuado con nobleza, y por lo tanto Jesucristo hace cumplir la obligación por Su misma posición en este momento.

Cuando ya no puede cuidar de su madre, la entrega al cuidado del discípulo amado. Es cuando Juan ya no puede recostar su cabeza sobre el pecho de su Maestro, cuando Cristo lo nombra para aquello que en cierto modo puede ser un sustituto del amor de una madre recién encontrada en Su cruz. Así se excluye de la esfera misma de la benevolencia, para poder imponernos la necesidad de descargar lo que su ausencia de la tierra hace imposible que haga. Él deja ciertos grandes principios en el mundo, iniciados por su enseñanza, reforzados por su ejemplo, y nos encomienda su cumplimiento.

Obispo Boyd-Carpenter, Penny Pulpit, No. 872.

Referencias: Juan 19:26 ; Juan 19:27 . JN Norton, Golden Truths, pág. 194; J. Stalker, The New Song, pág. sesenta y cinco; J. Vaughan, Sermones, serie 11, pág. 157; CJ Vaughan, Palabras de la Cruz, pág. 30. Juan 19:28 .

Spurgeon, Sermons, vol. xxiv., nº 1409; JN Norton, Golden Truths, pág. 206; Homiletic Quarterly, vol. ii., pág. 270; J. Keble, Sermones de Semana Santa, p. 271; CJ Vaughan, Palabras de la Cruz, pág. 57; Ibíd., Lecciones de la Cruz y la Pasión, p. 161. Jn 19:28, Juan 19:29 . Púlpito contemporáneo, vol. x., pág. 123. Jn 19: 28-30. Homiletic Quarterly, vol. i., pág. 365.

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