Lucas 1:46

El alma se regocija en Dios.

Estas palabras expresan:

I. La satisfacción que experimenta la razón del hombre al contacto con Dios. Dios satisface algunos de los anhelos más profundos de nuestra naturaleza intelectual. Por ejemplo, todos los hombres y mujeres que piensan desean, si pueden, remitir los diversos hechos y objetos con los que se encuentran cuando miran desde sí mismos la vida a algún principio común, a alguna ley omnipresente, según la cual cada puede colocarse en su lugar apropiado, alguna ley que armonice todo, explique todo, ajuste lo que parezca en desacuerdo, interprete lo que parezca irregular, por la luz derramada sobre todo desde una unidad superior.

Dios, el autor supremo y fin de toda existencia, satisface la demanda intelectual del alma humana, que puede ser satisfecha nada menos que por Dios. Dios le da al alma el secreto de la unidad de toda la existencia; y el hombre, en el gozo de esta profunda satisfacción ofrecida a su razón, exclama: "Engrandece mi alma al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador".

II. Pero las palabras expresan también la satisfacción que Dios da a otra parte de nuestro ser espiritual los afectos sobre las emociones. Entre estos, mira: (1) la emoción de asombro. ¿Por qué somos los hombres atraídos, apenas sabemos cómo ni por qué, hacia lo sublime o magnífico? La determinación severa, el gran vigor de voluntad, atraen a la mayoría de los hombres. La mayoría de nosotros nos sentimos irresistiblemente atraídos hacia aquello que es más alto, más grande, más fuerte que nosotros.

Fue este principio el que llevó a las naciones paganas de la antigüedad a otorgar honores divinos a los hombres a quienes consideraban extremadamente eminentes; pero en realidad este entusiasmo por la grandeza sólo puede satisfacerse en Aquel que es el único grande en sí mismo, y no por el legado de otro. (2) Todos sentimos, en diversos grados, el amor por la belleza. Es Él, confía en ello, es Él cuya presencia nos penetra en todos los poros de nuestro ser que están vivos para el sentido de la belleza en el mundo de la naturaleza y el mundo del pensamiento.

(3) Dios satisface nuestro afecto filial. Cuando lo encontramos como el padre que une la autoridad de un padre con la ternura de una madre, es natural exclamar: "Engrandece mi alma al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador".

III. Note una tercera satisfacción que Dios le da a nuestra naturaleza espiritual. Apoya y justifica la conciencia. Le da a la conciencia base, firmeza, consistencia. Alivia sus ansiedades; Él reconcilia mediante una revelación más completa sus cuestionamientos acerca de sí mismo. La conciencia canta incesantemente ante la Cruz que engrandece al Señor y que se regocija en Dios su Salvador.

HP Liddon, Penny Pulpit, No. 671.

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad