1-11 Los dones espirituales eran poderes extraordinarios otorgados en las primeras épocas, para convencer a los incrédulos y difundir el evangelio. Los dones y las gracias son muy diferentes. Ambos fueron dados libremente por Dios. Pero cuando se da la gracia, es para la salvación de los que la tienen. Los dones son para la ventaja y la salvación de otros; y puede haber grandes dones donde no hay gracia. Los dones extraordinarios del Espíritu Santo se ejercían sobre todo en las asambleas públicas, donde los corintios parecen haber hecho alarde de ellos, faltos de espíritu de piedad y de amor cristiano. Siendo paganos, no habían sido influenciados por el Espíritu de Cristo. Ningún hombre puede llamar a Cristo Señor, con dependencia creyente de él, a menos que esa fe sea obrada por el Espíritu Santo. Ningún hombre puede creer con su corazón, o probar por un milagro, que Jesús era Cristo, a menos que sea por el Espíritu Santo. Hay varios dones, y varios oficios que desempeñar, pero todos proceden de un solo Dios, un solo Señor, un solo Espíritu; es decir, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, el origen de todas las bendiciones espirituales. Ningún hombre las tiene sólo para sí mismo. Cuanto más beneficie a los demás, más se volcarán en su propia cuenta. Los dones mencionados parecen significar el entendimiento exacto y la expresión de las doctrinas de la religión cristiana; el conocimiento de los misterios y la habilidad para dar consejos y asesoramiento. También el don de sanar a los enfermos, el de obrar milagros, y el de explicar las Escrituras mediante un don peculiar del Espíritu, y la capacidad de hablar e interpretar idiomas. Si tenemos algún conocimiento de la verdad, o algún poder para darla a conocer, debemos dar toda la gloria a Dios. Cuanto mayores son los dones, más se expone el poseedor a las tentaciones, y mayor es la medida de gracia necesaria para mantenerlo humilde y espiritual; y se encontrará con experiencias más dolorosas y dispensaciones más humillantes. Tenemos pocos motivos para gloriarnos de los dones que nos han sido concedidos, o para despreciar a los que no los tienen.

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