35-50 1. 1. ¿Cómo resucitan los muertos? es decir, ¿con qué medios? ¿Cómo pueden ser resucitados? 2. En cuanto a los cuerpos que resucitarán. ¿Será con la misma figura, forma, estatura, miembros y cualidades? La primera objeción es la de los que se oponen a la doctrina, la segunda la de los curiosos escépticos. A la primera, la respuesta es que esto debía producirse por el poder divino; ese poder que todos pueden ver que hace algo parecido, año tras año, en la muerte y el renacimiento del maíz. Es una tontería cuestionar el poder omnipotente de Dios para resucitar a los muertos, cuando vemos que todos los días da vida y revive a las cosas que están muertas. A la segunda pregunta: El grano experimenta un gran cambio; y lo mismo sucederá con los muertos, cuando se levanten y vuelvan a vivir. La semilla muere, pero una parte de ella cobra nueva vida, aunque no podemos comprender del todo cómo. Las obras de la creación y de la providencia nos enseñan diariamente a ser humildes, así como a admirar la sabiduría y la bondad del Creador. Hay una gran variedad entre otros cuerpos, como la hay entre las plantas. Hay una variedad de gloria entre los cuerpos celestes. Los cuerpos de los muertos, cuando resuciten, se adaptarán a los cuerpos celestes. Los cuerpos de los muertos, cuando resuciten, serán aptos para el estado celestial; y habrá una variedad de glorias entre ellos. Enterrar a los muertos es como depositar la semilla en la tierra para que vuelva a brotar de ella. Nada es más repugnante que un cuerpo muerto. Pero los creyentes tendrán, en la resurrección, cuerpos aptos para unirse para siempre con espíritus perfeccionados. Para Dios todo es posible. Él es el autor y la fuente de la vida espiritual y de la santidad, para todo su pueblo, mediante el suministro de su Espíritu Santo al alma; y también vivificará y cambiará el cuerpo por su Espíritu. Los muertos en Cristo no sólo resucitarán, sino que resucitarán así gloriosamente transformados. Los cuerpos de los santos, cuando resuciten, serán cambiados. Serán entonces cuerpos gloriosos y espirituales, adaptados al mundo y al estado celestial, donde habrán de morar siempre. El cuerpo humano en su forma actual, y con sus carencias y debilidades, no puede entrar ni disfrutar del reino de Dios. Entonces, no sembremos para la carne, de la que sólo podemos cosechar corrupción. Y el cuerpo sigue el estado del alma. Por tanto, quien descuida la vida del alma, desecha su bien presente; quien se niega a vivir para Dios, dilapida todo lo que tiene.

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