15-17 Las cosas del mundo pueden ser deseadas y poseídas para los usos y propósitos que Dios quiso, y deben ser usadas por su gracia, y para su gloria; pero los creyentes no deben buscarlas ni valorarlas para aquellos propósitos para los cuales el pecado abusa de ellas. El mundo aleja el corazón de Dios; y cuanto más prevalece el amor del mundo, más decae el amor de Dios. Las cosas del mundo se clasifican según las tres inclinaciones dominantes de la naturaleza depravada. 1. La concupiscencia de la carne, del cuerpo: los malos deseos del corazón, el apetito de complacer todas las cosas que excitan e influyen los placeres sensuales. 2. La concupiscencia de los ojos: los ojos se deleitan con las riquezas y los bienes ricos; ésta es la concupiscencia de la codicia. 3. La soberbia de la vida: el hombre vanidoso anhela la grandeza y la pompa de una vida vana y gloriosa; esto incluye la sed de honores y aplausos. Las cosas del mundo se desvanecen y mueren rápidamente; el deseo mismo pronto fallará y cesará, pero el afecto santo no es como la lujuria que pasa. El amor de Dios nunca fallará. Se han hecho muchos esfuerzos vanos para evadir la fuerza de este pasaje mediante limitaciones, distinciones o excepciones. Muchos han tratado de mostrar hasta qué punto podemos tener una mentalidad carnal y amar al mundo; pero el significado claro de estos versículos no puede confundirse fácilmente. A menos que esta victoria sobre el mundo se inicie en el corazón, el hombre no tiene raíz en sí mismo, sino que caerá, o a lo sumo seguirá siendo un profesor infructuoso. Sin embargo, estas vanidades son tan seductoras para la corrupción de nuestros corazones, que sin una constante vigilancia y oración, no podemos escapar del mundo, ni obtener la victoria sobre el dios y el príncipe de él.

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