7-29 Para que los israelitas no pretendan pensar que Dios los trajo a Canaán por su justicia, Moisés muestra el milagro de la misericordia que fue que no hubieran sido destruidos en el desierto. A menudo nos conviene recordar contra nosotros mismos, con pena y vergüenza, nuestros pecados anteriores; para que podamos ver cuánto estamos en deuda con la gracia libre, y humildemente admitir que nunca merecimos nada más que ira y la maldición de la mano de Dios. Porque tan fuerte es nuestra propensión al orgullo, que se arrastrará bajo una u otra pretensión. Estamos listos para imaginar que nuestra justicia nos ha dado el favor especial del Señor, aunque en realidad nuestra maldad es más clara que nuestra debilidad. Pero cuando se revele la historia secreta de la vida de cada hombre en el día del juicio, todo el mundo será probado culpable ante Dios. En la actualidad, se ruega por nosotros ante el propiciatorio, que no solo ayunó, sino que murió en la cruz por nuestros pecados; a través de los cuales podemos acercarnos, aunque pecadores autodenominados, y suplicar por misericordia inmerecida y por la vida eterna, como el don de Dios en Él. Remitamos toda la victoria, toda la gloria y todas las alabanzas, a Aquel que solo trae salvación.

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