1-6 El propósito de Cristo al entregarse a sí mismo por nosotros, es que pueda adquirir para sí un pueblo peculiar, celoso de las buenas obras; y la verdadera religión es el vínculo más fuerte de la amistad. Aquí hay serias exhortaciones a varios deberes cristianos, especialmente al contentamiento. El pecado que se opone a esta gracia y a este deber es la codicia, un deseo excesivo de las riquezas de este mundo, con la envidia de los que tienen más que nosotros. Teniendo tesoros en el cielo, podemos contentarnos con las cosas mezquinas de aquí. Los que no pueden estarlo, no se contentarían aunque Dios elevara su condición. Adán estaba en el paraíso, pero no estaba contento; algunos ángeles en el cielo no estaban contentos; pero el apóstol Pablo, aunque abatido y vacío, había aprendido en todo estado, en cualquier estado, a estar contento. Los cristianos tienen razones para estar contentos con su suerte actual. Esta promesa contiene la suma y la sustancia de todas las promesas: "Nunca, no, nunca te dejaré, no, nunca te abandonaré". En el original hay no menos de cinco negaciones juntas, para confirmar la promesa: el verdadero creyente tendrá la graciosa presencia de Dios con él, en la vida, en la muerte y para siempre. Los hombres no pueden hacer nada contra Dios, y Dios puede hacer que todo lo que los hombres hacen contra su pueblo, se convierta en su bien.

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