19-26 Pablo atribuyó todo su éxito a Dios, y a Dios le dieron las alabanzas. Dios le había honrado más que a cualquiera de los apóstoles, pero ellos no le envidiaban, sino que, por el contrario, glorificaban al Señor. No podían hacer más para animar a Pablo a seguir alegremente en su trabajo. Santiago y los ancianos de la iglesia de Jerusalén le pidieron a Pablo que gratificara a los judíos creyentes con algún cumplimiento de la ley ceremonial. Pensaron que era prudente que se ajustara a ella. Era una gran debilidad estar tan encariñado con las sombras, cuando la sustancia había llegado. La religión que Pablo predicaba no tendía a destruir la ley, sino a cumplirla. Predicaba a Cristo, el fin de la ley para la justicia, y el arrepentimiento y la fe, en los que debemos hacer gran uso de la ley. La debilidad y la maldad del corazón humano aparecen fuertemente, cuando consideramos cuántos, incluso de los discípulos de Cristo, no tuvieron la debida consideración del ministro más eminente que haya existido. Ni la excelencia de su carácter, ni el éxito con que Dios bendijo sus labores, pudieron ganarse su estima y afecto, al ver que no rendía el mismo respeto que ellos a las meras observancias ceremoniales. ¡Cuánta vigilancia debemos tener contra los prejuicios! Los apóstoles no estaban libres de culpa en todo lo que hacían; y sería difícil defender a Pablo de la acusación de ceder demasiado en este asunto. Es vano tratar de cortejar el favor de los fanáticos, o de los fanáticos de un partido. Este cumplimiento de Pablo no respondió, pues lo mismo que esperaba para apaciguar a los judíos, los provocó y le trajo problemas. Pero el omnisapiente Dios anuló tanto su consejo como la conformidad de Pablo con él, para servir a un propósito mejor que el previsto. Fue en vano pensar en complacer a hombres que no se complacerían en nada más que en el desarraigo del cristianismo. La integridad y la rectitud tendrán más probabilidades de preservarnos que los cumplimientos insinceros. Y debería advertirnos que no presionemos a los hombres para que hagan lo que es contrario a su propio juicio para obligarnos.

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