18-22 Cuando Cristo comenzó a predicar, empezó a reunir discípulos, que debían ser oyentes, y después predicadores de su doctrina, que debían ser testigos de sus milagros, y después dar testimonio de ellos. No fue a la corte de Herodes, ni a Jerusalén, entre los sumos sacerdotes y los ancianos, sino al mar de Galilea, entre los pescadores. El mismo poder que llamó a Pedro y a Andrés, podría haber actuado sobre Anás y Caifás, pues para Dios nada es imposible. Pero Cristo elige las cosas necias del mundo para confundir a los sabios. La diligencia en una vocación honesta es agradable a Cristo, y no es un obstáculo para una vida santa. Las personas ociosas están más abiertas a las tentaciones de Satanás que a las llamadas de Dios. Es una cosa feliz y esperanzadora ver a los hijos cuidadosos de sus padres, y obedientes. Cuando Cristo viene, es bueno que se le encuentre haciendo. ¿Estoy en Cristo? es una pregunta muy necesaria que debemos hacernos; y, además, ¿estoy en mi vocación? Antes habían seguido a Cristo como discípulos comunes, Juan 1:37; ahora deben dejar su vocación. Los que quieren seguir a Cristo correctamente, deben, a su orden, dejar todas las cosas para seguirlo, deben estar dispuestos a separarse de ellas. Este ejemplo del poder del Señor Jesús nos anima a depender de su gracia. Él habla, y se hace.

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