31-35 Dios cumplió su promesa a la gente, dándoles carne. ¡Cuánto más diligentes son los hombres para recolectar la carne que perece que para trabajar por la carne que perdura hasta la vida eterna! Somos rápidos en los asuntos del tiempo; pero la estupidez nos ciega en cuanto a las preocupaciones de la eternidad. Para buscar ventajas mundanas, no necesitamos argumentos; pero cuando debemos asegurar las verdaderas riquezas, entonces todos somos olvidos. Aquellos que están bajo el poder de una mente carnal, tendrán su lujuria cumplida, aunque sea por el daño y la ruina de sus almas preciosas. Pagaron caro sus fiestas. Dios a menudo concede los deseos de los pecadores con ira, mientras que él niega los deseos de su propio pueblo enamorado. Lo que deseamos indebidamente, si lo obtenemos, tenemos motivos para temer, será, de alguna manera u otra, un dolor y una cruz para nosotros. ¡Y qué multitudes hay en todos los lugares, que acortan sus vidas en exceso de un tipo u otro! Busquemos esos placeres que satisfagan, pero nunca excedan; y que perdurará para siempre.

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