Teniendo, por tanto, un gran sumo sacerdote - Grande en verdad, siendo el Hijo eterno de Dios, que traspasó los cielos - como el sumo sacerdote judío atravesó el velo al lugar santísimo, llevando consigo la sangre de los sacrificios, sobre el día anual de expiación; así nuestro gran sumo sacerdote fue una vez para siempre a través de los cielos visibles, con la virtud de su propia sangre, a la presencia inmediata de Dios.

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