El capítulo 2, mientras revela el carácter de la nación, se dirige a ella, para que por lo menos todos aquellos que temen a Jehová sean escondidos en el día de Su ira. Son llamados a reunirse y a buscar a Jehová, antes de que se produzca el decreto del juicio, y el furor de su ira los alcance. Así se distinguen los remanentes; los mansos que han obrado justicia están llamados a buscar la mansedumbre y la justicia, para que sean escondidos, aunque el testimonio se dirige a toda la nación.

Porque, después de todo, Dios se acordó de los consejos de Su gracia. Sus tratos a este respecto se desarrollan de manera notable en el resto de la profecía. El juicio debe ser sobre todo el territorio de Israel, ocupado en muchas partes por extranjeros hostiles al pueblo.

El efecto de la consiguiente desolación debería ser (porque los dones y el llamamiento de Dios son sin arrepentimiento) dejar toda la tierra libre para la posesión de Israel. Porque Jehová los visitaría, y haría volver a sus cautivos; y el remanente de su pueblo la poseería. Jehová juzgaría y mataría de hambre a todos los dioses de la tierra; y todos deben adorarlo, cada uno desde su lugar, aun todas las islas de las naciones.

Etiopía, Nínive, todos los poderosos de las naciones, caerán y serán desolados. Este es el juicio de las naciones de que hemos hablado, del cual Nabucodonosor fue el primer instrumento, pero que se introduce aquí en vista de los últimos días, cuando el poder establecido por Dios estará en su última rebelión contra Él.

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