Cualquier presunción de nuestra propia fuerza o bondad es un engaño vano, porque no somos nada. Que nadie compare el suyo propio con el trabajo de otros: esto sólo alimentará su vanidad; pero que cada uno escudriñe su propia obra. Entonces, si encuentra motivos para regocijarse, será en la capacidad que ha sido dada por la gracia de Dios a alguien como él: porque cada uno tendrá que llevar su propia carga de culpa y vergüenza conscientes.

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