Ningún dolor de una madre cristiana, especialmente una madre viuda por la muerte de un hijo único, escapa a la tierna y compasiva atención del Salvador. Su pecho se hincha de piedad; y cuando ella no piensa en ello, él se dispone a derramar en su espíritu herido el bálsamo del consuelo y hacer que el corazón desolado y afligido cante de alegría.

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Antiguo Testamento