(30-33) El Apóstol ha terminado con su reivindicación del rechazo de Israel, y ha terminado también con el curso de la argumentación que parecía tener un fuerte carácter de determinismo. Ahora adopta un punto de vista que es directamente opuesto a éste, y al explicar las causas que llevaron al rechazo de Israel, las que propone son todas aquellas que dependen para su validez de la libertad de la voluntad.

No hace falta decir que esto se reconoce abundantemente en otras partes de los escritos de San Pablo, especialmente en las fervientes exhortaciones prácticas que dirige a sus lectores. Esto, entonces, debe tomarse para calificar el argumento que ha precedido. La libertad de la voluntad y la soberanía absoluta de Dios son dos proposiciones que, aunque aparentemente contradictorias, son realmente verdaderas al mismo tiempo. Cuando se expresan individualmente, cada uno tiende a parecer unilateral. Están reconciliados, por así decirlo, bajo la superficie, de alguna manera inescrutables para nosotros. Ambos se basan en pruebas que en sí mismas son incontrovertibles.

La gran razón del rechazo de Israel y la admisión de los gentiles es que los gentiles basaron, y no lo hicieron, sus intentos de justicia en la fe. Justicia es el término medio que conduce a la salvación. Los gentiles, sin buscar, encontraron; los judíos, que buscaban de una manera incorrecta, no lograron encontrarlo.

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