Versículo 24. Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere... Nuestro Señor se compara a sí mismo con un grano de trigo; su muerte, con un grano sembrado y descompuesto en la tierra; su resurrección, con la brizna que brota del grano muerto; este grano, al morir, da abundantes frutos. Debo morir para ser glorificado; y, a menos que sea glorificado, no puedo establecer una Iglesia gloriosa de judíos y gentiles en la tierra. Al compararse así con un grano de trigo, nuestro Señor nos muestra: -

1. La causa de su muerte: la orden de Dios, que había valorado la redención del mundo a este precio; como en la naturaleza había unido la multiplicación del maíz a la muerte o descomposición del grano.

2. El fin de su muerte - la redención de un mundo perdido; la justificación, santificación y glorificación de los hombres: como la multiplicación del maíz es el fin por el que se siembra y muere el grano.

3. El misterio de su muerte, que debemos acreditar sin poder comprenderlo plenamente, como creemos que el grano muerto se multiplica y nos nutrimos de esa multiplicación, sin poder comprender cómo se hace.

El más grande filósofo que haya existido jamás no podría decir cómo un grano se convirtió en treinta, sesenta, cien o mil, cómo vegetó en la tierra, cómo la tierra, el aire y el agua, sus partes componentes, pudieron asumir tal forma y consistencia, emitir tales olores o producir tales sabores. Ni el hombre más sabio de la tierra puede decir cómo los cuerpos de los animales se nutren de este producto de la tierra; cómo el trigo, por ejemplo, se asimila a la naturaleza misma de los cuerpos que lo reciben, y cómo se convierte en carne y sangre, nervios, tendones, huesos, etc. Todo lo que podemos decir es que la cosa es así y que ha complacido a Dios que sea así, y no de otra manera. Así que hay muchas cosas en la persona, muerte y sacrificio de Cristo, que no podemos explicar ni comprender. Todo lo que debemos decir aquí es que por este medio el mundo fue redimido, por este sacrificio los hombres son salvados: a Dios le ha gustado que sea así, y no de otra manera. Algunos dicen: "Nuestro Señor habló esto según la filosofía de aquellos días, que no era en absoluto correcta". Pero, yo preguntaría, ¿ha aparecido alguna vez una filosofía más correcta sobre este punto? ¿No es una verdad física que todo el cuerpo del grano muere, se convierte en tierra fina, que forma el primer alimento de la planta embrionaria, y la prepara para recibir un apoyo más grueso del suelo circundante; y que nada vive sino el germen, que estaba incluido en este cuerpo, y que debía morir también, si no recibía, de la muerte o putrefacción del cuerpo del grano, el alimento que le permitiera desplegarse? Aunque el cuerpo de nuestro Señor muriera, todavía existía el germen, el poder vivificador de la Divinidad, que reanimaba ese cuerpo, y que imprimía a la expiación un mérito infinito. Así se multiplicó el mérito; y, mediante la muerte de esa única persona, el hombre Cristo Jesús unido al Verbo eterno, se procuró la salvación para todo el mundo. Nunca hubo un símil más apropiado, ni una ilustración más feliz o acertada.

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