(18) Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero?

(18) Él refrena la impía audacia del hombre de tres maneras: en primer lugar, porque Dios es sobre todo sabio y, por lo tanto, es muy absurdo y claramente impío medirlo por nuestra locura. En segundo lugar, porque no es deudor de ningún hombre y, por lo tanto, nadie puede quejarse del daño que se le haya hecho. En tercer lugar, porque todas las cosas están hechas para su gloria y, por lo tanto, debemos atribuir todas las cosas a su gloria, y mucho menos podemos contender y debatir el asunto con él.

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