REFLEXIONES

¡LECTOR! No nos despidamos de esta hermosa y bendita Epístola del Apóstol, sin antes alabar al Señor el Espíritu Santo por una porción tan preciosa de verdades inspiradas, y sin agradecerle por los servicios y el ministerio que le brindó un siervo tan fiel.

Y, mientras ambos miramos al Gran Autor de su Santa Palabra, para que sus enseñanzas divinas acompañen nuestra lectura de todo el contenido de la misma, tan a menudo como seamos favorecidos con la oportunidad, permítanos, al pasar del capítulo al capítulo, estad eternamente al acecho de Aquel a quien Pablo predicó, y a quien Pablo determinó no saber nada más; incluso Jesucristo, y él crucificado; Jesucristo, y él glorificado; el enviado de Dios, el Cordero de Dios, la palabra de Dios, el poder de Dios y la sabiduría de Dios, para salvación a todo aquel que cree; sí, el único y único plan de misericordia de Jehová, en el amor conjunto de los Santos Tres en Uno; Padre, Hijo y Espíritu Santo, por toda la eternidad.

¡Adiós Paul! ¡para el presente! Bendecimos a tu Señor y al Señor nuestro por haberte tenido por fiel, poniéndote en el ministerio. Que el Señor rinda tus servicios todavía bendecidos, como el Señor lo hizo en las edades pasadas, y en la hora presente, así sucesivamente a miles que aún no han nacido. ¡Oh! que el Señor comisione esas dulces y sagradas Epístolas para la edificación y el establecimiento de la Iglesia en la tierra, mientras quede el tiempo, hasta que todos los redimidos de los Lon sean traídos a casa para unirse a la Iglesia en el cielo.

Amén.

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