CONTENIDO

El Apóstol abre esta Segunda Epístola con su habitual Bendición Apostólica. Bendice a Dios por los dulces consuelos que posee toda la Iglesia, en y por Cristo. Habla del ejercicio de su ministerio entre ellos, como en piadosa sinceridad; y les recuerda que las promesas de Dios son todas sí y amén en Cristo Jesús.

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