REFLEXIONES

¡QUÉ hermosa representación ha dado Pablo en este Capítulo, del pacto de amor y fidelidad de Dios el Padre, en la promesa de vida que es en Cristo Jesús! Y cuán seguro es haber salvado a su pueblo antes de llamarlos, y luego llamarlos con una santa vocación; no de su santidad ni de sus obras, sino de su propio propósito y gracia. ¡Oh! la fidelidad y el amor de un Dios y Padre fiel de la Alianza, en Cristo Jesús.

Y no menos bienaventurado habla Pablo, de su adorable Señor y Salvador. Él es, dice Pablo, el que abolió la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad a través de su Evangelio. Entonces, ¿quién, con tales opiniones, puede dudar de la salvación, sabiendo en quién ha creído? ¿Quién puede temer, pero al final, ser eternamente feliz en Cristo? viviendo para Cristo y teniendo comunión con Cristo; estando persuadido de que puede guardar para ese día lo que el alma le ha encomendado.

Y, con igual gozo, contemplamos cómo triunfa Pablo en el amor y el favor de Dios el Espíritu Santo; (y así pueden todos los creyentes verdaderamente regenerados en Cristo), conscientes de esa buena cosa, ¡encomendada a ellos por su Poder Todopoderoso! ¡Bendito sea el Padre, el Hijo y el Espíritu por estas misericordias inefables! ¡Señor! que mi pobre alma no se avergüence nunca del testimonio del Señor; ni de la cadena de oro, de ser prisionero de Cristo.

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